Luis De Deira
Basado en el trabajo de Antonio Vélez
nota del autor;
a dia de hoy, 27 de noviembre de 2006 aun existen estados de EEUU que prohiben la imparticion de la teoria de la evolucion de darwin
Durante siglos, la autoridad científica de la Biblia no se puso en discusión en el mundo occidental. En particular, las teorías sobre el origen del hombre y la creación del mundo fueron, hasta fines del siglo XIX, las únicas admitidas en el mundo cristiano. En realidad, no había propuestas alternativas. Era tal la autoridad del libro sagrado de los cristianos, que cuando se encontraron fósiles de una antigüedad que rebasaba con holgura los 4.004 años, edad de la Tierra determinada a partir del relato bíblico por el arzobispo James Ussher, el padre Gosse, sacerdote inglés, sin ruborizarse, propuso la ingeniosa teoría según la cual la Tierra había sido creada por Dios, con fósiles enterrados en las rocas y en la fecha calculada por el ilustrísimo.
Las convicciones –decía Nietzsche– son más peligrosas para la verdad que las mentiras. Y acompañadas de fanatismo oscurecen por completo el entendimiento, de allí la lucha permanente de la ciencia contra la religión. Ya lo hizo notar el biólogo François Jacob: “De hecho, la historia de la ciencia es de algún modo la historia de la lucha de la razón contra las verdades reveladas”. Y es que a pesar del cúmulo de evidencias a favor de la evolución de las especies y a pesar de que el Génesis no es un texto científico, todavía hay creacionistas bíblicos dedicados a utilizar mañas de abogado tramposo contra la teoría darviniana.
La Biblia podrá servir de guía religioso para los cristianos, pero no ha sido ni será nunca un manual de geología, ni de cosmología, y menos un texto de biología. Pero los fundamentalistas norteamericanos no se dejan convencer. A pesar del cúmulo de evidencias a favor de la evolución de las especies, a pesar de que la Biblia no es un libro científico, y a pesar de que se acepta que su texto en estos asuntos debe interpretarse en forma alegórica, todavía dichos grupos religiosos luchan con empeño para que el creacionismo bíblico se siga enseñando en las escuelas públicas. En 1981 pudieron introducir la siguiente enmienda en la Carta de Legislación del estado de Arkansas: “Las escuelas públicas de este estado darán un tratamiento equilibrado a la ciencia de la creación y a la ciencia de la evolución”. No satisfechos con esta conquista, lograron recientemente que se suspendiera la enseñanza de partes significativas de la teoría de la evolución de Darwin y de toda la cosmología moderna.
Los creacionistas de corte filosófico, encabezados por los fuertes grupos fundamentalistas evangélicos de Estados Unidos, sostienen que el Universo y todos sus objetos, incluyendo los seres vivos, han sido creados repentinamente a partir de la nada, y que la vida es obra exclusiva de un ser superior. Añaden, además, que las mutaciones y la selección natural son insuficientes para generar el amplio conjunto de seres vivos que habitan nuestro pequeño planeta. Aseguran que todo intento del hombre por repetir semejante hazaña está condenado al fracaso; esto es, la creación de la vida es oficio exclusivo de Dios. Argumentan, adicionalmente, que la antigüedad que los astrónomos y geólogos atribuyen al mundo peca por exceso.
Contra ellos escribe así el paleontólogo George G. Simpson: “Ningún credo, salvo el de las fanáticas sectas fundamentalistas, reconoce por dogma el rechazo de la evolución. Muchos profesores, religiosos y seglares, la aceptan como un hecho. Y muchos evolucionistas son hombres de profunda fe [...] Si un ente inefable al que podemos llamar Dios creó el Universo, posibilidad que ningún evolucionista niega, esta creación no tuvo lugar del modo en que la describe la parábola bíblica”.
De ser cierta la conjetura creacionista, habría necesidad de admitir, de todas maneras, un proceso evolutivo de transformación y generación de nuevas especies que, con el paso de las generaciones, se iría paulatinamente enriqueciendo en complejidad y variedad. Esto, al menos, es lo que observamos en el registro fósil. O habría que admitir que la creación ha sido realizada a lo largo del tiempo -creaci&ooacute;n múltiple y escalonada -, siguieendo un plan que simularía en forma perfecta el proceso evolutivo. Algo muy forzado y acomodaticio. O aceptar una teoría muy divertida: que el mundo fue creado por Dios en una fecha reciente -la propuuesta de Gosse, ya comentada -, pero bbien escalonado cronológicamente por medio de fósiles de antigüedad simulada y engañosa. La obra de un tramposo que, a causa de ese mismo hecho, nunca pudo gustar en los círculos cristianos.
Un error muy común de los enemigos de la evolución darviniana es el de rechazar la aparición de órganos complejos por su extrema improbabilidad. El error surge de considerar que tales órganos se han producido en un solo paso evolutivo y, pensado de esa manera, las cosas sí rayan en lo imposible. Que se produzca de un golpe el conjunto de mutaciones apropiadas con el fin de fabricar de la nada cerebros, hígados, riñones, corazones, ojos, oídos es como ganar cada vez una docena de loterías en forma simultánea. Un imposible que les daría la razón a los creacionistas. Pero en un tiempo razonable sí se puede ganar una docena de loterías al estilo darviniano: en forma secuencial. Parecería que es igualmente difícil, pero no, por un pequeño detalle, clave de la potencia del darvinismo: porque las rifas consecutivas se realizan sólo entre los ganadores de las anteriores. A esto lo llama Konrad Lorenz acumulación de diseño. Así se pasó del ENIAC, el primer computador construido por el hombre, “un salón lleno de tubos de vacío con la capacidad de cálculo de un reloj digital”, como lo describió el bioquímico Steve Jones, hasta los prodigiosos supercomputadores modernos. El diseño del ordenador portatil IBM con el cual estoy escribiendo este articulo tan solo 50 años despues, no se le podría ocurrir a ningún hombre por genial que fuese, pero a muchos sí se les puede ocurrir una pequeña mejora o novedad a los modelos existentes hasta llegar al actual ordenador portatil. Y una vez incorporada la novedad en los diseños, a otro se le puede ocurrir otra, y así... Cambios, y cambios aplicados sólo a los sobrevivientes de los cambios anteriores, pero relativamente pequeños, no a saltos largos, como lo interpretan los creacionistas, y con el auxilio imprescindible de la bondadosa selección natural.
Alegan los creacionistas que la evolución darviniana es demasiado lenta para explicar la aparición de la vida y toda su enorme variedad en tan poco tiempo. La verdad es que los mismos científicos se han planteado este problema, y algunos más, y ya se han dado pasos promisorios. Tal vez la solución definitiva del enigma pueda encontrarse en la misma estructura del ADN. Se sabe hoy, por ejemplo, que en unas pocas instrucciones es posible programar estructuras de aspecto fractaloide, visualmente muy complejas, tales como la red de vasos sanguíneos o el árbol pulmonar. Y cada día surgen nuevos conocimientos que animan a pensar que los grandes problemas planteados por la evolución son resolubles. Lo aportado por la teoría de la complejidad, más la información que se va produciendo sobre los genomas de los seres vivos permite esperar confiados en la solución de los grandes enigmas evolutivos. Y es que para tener un cabal conocimiento de la evolución es necesario revelar la estructura profunda del ADN. Porque éste parece haber evolucionado paralelamente con los organismos que él mismo codifica, hasta llegar a almacenar una cantidad astronómica de información, con una envidiable economía de medios. Por eso en apenas unos 30.000 genes ha sido posible codificar toda la información requerida para construir un hombre. Pero el genoma guarda muy bien sus secretos. Por esta razón, ya completado el Proyecto Genoma Humano, esto es, descifrado nuestro código genético, el paso siguiente será descubrir los múltiples enlaces jerárquicos que tienen que existir entre sus partes, esto es, su estructura profunda.
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Si queremos darle crédito al creacionismo derivado de la Biblia, debemos superar, al menos, cinco dificultades insalvables: la antigüedad del Universo conocido, muchísimo mayor que la deducible del relato bíblico; la evidencia fósil, que demuestra incontestablemente el paso gradual y escalonado de la vida, de lo simple a lo complejo, con la presencia, en ocasiones afortunadas, de algunas formas intermedias, y en abierta oposición a una creación única; la existencia de numerosas especies extinguidas (se estima en más del 99% el número de especies desparecidas), ni siquiera sospechadas por los autores del libro sagrado; las imperfecciones anatómicas y fisiológicas, frutos de un diseño chapucero logrado por medio de modificaciones de lo ya existente, labor impropia de un creador inteligente; la presencia de vestigios arcaicos, residuos de estructuras que fueron diseñadas para condiciones ya desaparecidas, y señal inequívoca de un proceso azaroso y progresivo, a todas luces no teleológico; finalmente, la presencia de estructuras compartidas por numerosas especies, huellas indelebles de la monogénesis u origen único de la vida y de su continuidad evolutiva, no explicable si el drama de la evolución hubiese tenido un solo acto.
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