Fanatismo Islamista
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La falsa polémica suscitada con las diferentes interpretaciones que se han querido dar a las palabras efectuadas por el Papa Benedicto XVI en su último viaje a Alemania durante su discurso en la Universidad de Ratisbona, han vuelto a sacar a la luz el fanatismo que domina el Islam en nuestros días.
Un fanatismo sectario y violento que sin descaro utiliza un doble rasero al exigir disculpas a cualquiera que advierta públicamente, como ha sido el caso de Benedicto XVI, de la locura donde los dirigentes islámicos están llevando a sus seguidores mientras que diariamente profieren gravísimos insultos contra los cristianos, se les persigue y se les ejecuta, sin que nadie alce la voz por tamaños crímenes.
El Papa sólo ha ejercido su derecho a expresar su opinión sobre algo que muchos expertos están llamando la atención desde hace tiempo y escasos lideres internacionales han prestado atención, la radicalización de un mundo islámico en guerra para convertir a su religión a todo el mundo o rebanarle el cuello por infiel y pecados, hablando es su mismo lenguaje.
Por mucho que se quiera ocultar es evidente, y ahí están los hechos, que en nuestros días existe una “guerra entre civilizaciones”, una guerra desigual donde una civilización, la islámica en poder de una élite fanatizada, intenta imponerse a otra utilizando toda clase de medios.
Para hacernos ver algunos aspectos de esta guerra tan desigual, publicaré seguidamente un artículo aparecido en periodistadigital.com.
¿ALIANZA CON LA CIVILIZACIÓN ISLAMISTA?
Fuente: periodistadigital.com.
Frente a las opiniones, los datos son irrefutables: el Islam provoca miles de muertes al año. 78 millones de cristianos, perseguidos en 26 países musulmanes, por ejemplo. Además, mujeres adúlteras son lapidadas por unas leyes despiadadas. Decenas de homosexuales son sacrificados por practicar unas prácticas sexuales que se consideran pecaminosas... Estos son los datos constantes y sonantes.
La Junta Islámica de España considera que el discurso del Papa Benedicto XVI “revela una profunda ignorancia del Islam”. Aunque eso, claro está -y si no, a los hechos-, depende de quién interprete la religión islámica.
Según el Informe 2006 sobre Libertad Religiosa Internacional, en Arabia Saudita no sólo se prohíbe la propagación de enseñanzas de otras religiones, sino también de interpretaciones del Islam que no estén de acuerdo con la oficialmente aceptada, el Hanbali.
Las leyes que derivan de esta rama discriminan explícitamente a cristianos, judíos e hindúes. Por ejemplo, mientras un hombre musulmán recibe el 100% de la indemnización correspondiente tras ganar un juicio, un cristiano sólo percibe el 50%.
Manifestaciones en Irán |
Esta es la información que dan Idioia Sota y Félix Cerezo en la revista Época.
Pero esto es pecata minuta al lado de los arrestos de cristianos que registra el informe. O los casos de imanes que han elevado oraciones, durante el último año, para que murieran los judíos y cristianos en este país.
Sin las interpretaciones radicales del Islam, probablemente en Afganistán no existiría una comunidad de entre 500 y 8.000 cristianos que vive su religión con absoluto secretismo.
Seguramente, no se leerían noticias como el asesinato a palos, en noviembre de 2005 en Irán, de un hombre que se había convertido al cristianismo hacía 10 años y la represión y maltratos a que se han visto sometidos otros cristianos en aquel país; además de los 10 arrestos registrados.
En octubre de 2005, un musulmán atacó a varios seguidores de Cristo en la puerta de una iglesia en Egipto, porque según él, “habían ofendido al Islam”. En abril, algunos pirómanos quemaron una iglesia cristiana.
Y en Marruecos, la comunidad de cristianos expatriados -católicos y protestantes-, que suman unos 25.000 fieles en Casablanca y Rabat, goza de libertad de culto, aunque sufren cierto ostracismo social. El Gobierno prohíbe también la distribución de material cristiano, las reuniones de fieles de las Iglesias católica y protestante, y predicar estas religiones.
Aunque los abanderados de la guerra contra el kafir, el infiel, son una minoría frente a los 1.300 millones de musulmanes del mundo, llevan la voz cantante.
En total, según el periodista Antonio Socc en su libro Los nuevos perseguidos, 78 millones de cristianos son rehenes en 26 países musulmanes.
Los fanáticos han hecho del Islam ejemplo de falta de respeto a los derechos humanos |
Sin embargo, las versiones radicales del Islam no se quedan ahí. También a sus fieles procuran imponerles la fe a golpe de espada. Amnistía Internacional recoge en un informe los países en los que se han dictado sentencias de lapidación y castigos corporales que constituyen penas crueles, inhumanas o degradantes, entre 2000 y 2002. Así, Afganistán condenó a 30 personas (20 de ellas, mujeres) a penas de flagelación.
En Arabia Saudita, se tuvo noticias de 34 casos de amputación. Y, en 2000, se extirpó el ojo izquierdo a un egipcio acusado de echar ácido sobre un compatriota y causarle daños precisamente en el ojo izquierdo.
En Emiratos Árabes Unidos, se impuso la flagelación a 18 personas. Once de ellas eran extranjeras.
Las autoridades iraquíes aprobaron a mediados de 2000 la aplicación de penas de amputación de la lengua por calumnias u observaciones ofensivas sobre el presidente o su familia. Además, comenzaron a castigarse con pena de muerte la prostitución, la homosexualidad, el incesto y la violación. Y así, Pakistán, Nigeria, Somalia, Sudán, Yemen, Irán...
Precisamente en Irán, los grupos feministas denuncian que, en estos momentos, seis mujeres permanecen a la espera de morir apedreadas en diferentes cárceles del país.
Por el momento, la presión internacional y las quejas de algunos parlamentarios están consiguiendo congelar las sentencias, pero nunca revocarlas. En el caso de Ashraf Kolhari, los jueces no han esperado a que cumpla los 15 años de condena para firmar la sentencia de muerte, tal y como marca la ley. “Apenas han pasado cinco años y ya quieren lapidarla. Que esperen a que cumpla su pena íntegra”, reclama Shadi Sahr, abogada que defiende de manera voluntaria a Kolhari.
El fanatismo institucionalizado |
El Código Penal iraní es muy específico con respecto al modo en que se debe llevar a cabo la lapidación. En su artículo 102, explica que los hombres deben ser enterrados hasta la cintura y las mujeres, hasta el pecho. Y en su artículo 104, determina que las piedras no han de ser tan grandes como para matar a la persona de uno o dos golpes, ni tan pequeñas como para no poder ser llamadas piedras.
Se ve que tenía razón Said Raja’i- Korassani, delegado permanente de Irán en la ONU, cuando decía en 1985: “El concepto de derechos humanos es una invención judeocristiana, y es inadmisible para el Islam."
3 comentarios:
COMO TE DIJE AYER, A ESTE ARTÍCULO LE FALTA UN "ANÁLISIS" DE LA SITUACIÓN, PREGUNTARTE POR QUÉ LLEVAN A CABO ESTAS ACCIONES Y/O PENSAMIENTOS TAN EXTREMISTAS Y RADICALES????
Artículo: "LAS RAICES EUROPEAS DEL RADICALISMO ISLÁMICO" (Olivier Roy)
Frente a lo que se cree, los jóvenes autores de los atentados islamistas que convulsionan Europa se vuelcan en una interpretación extrema del Corán, muy alejada de la religión tradicional de sus padres, que no es sino una expresión patológica de la occidentalización y de la crisis de la cultura musulmana tras su contacto con el Viejo Continente. Olivier Roy
El enemigo en casa: dos mujeres presencian los trabajos policiales tras los atentados de Londres en Beeston, al sur de Leeds (norte de Inglaterra), el 16 de julio de 2005.
A los británicos les ha sorprendido comprobar que los terroristas autores de los atentados de Londres eran británicos de origen musulmán, bastante bien integrados. Se ha dicho que era un fenómeno nuevo. Pero no tiene nada de nuevo. Es evidente, desde hace años, que los terroristas islámicos que actúan a escala internacional (es decir, no los que se mantienen en un contexto nacional, como los saudíes, los iraquíes o los marroquíes, que actúan en su propio país) son producto de la globalización y la occidentalización del islam. Estamos más ante un proceso de radicalización interna de Europa que ante la importación europea de conflictos de Oriente Medio.
Resumamos las características de estos terroristas. Tienen una trayectoria occidentalizada: o son inmigrantes de segunda generación o llegaron jóvenes, como estudiantes, comerciantes o refugiados políticos. Están integrados, con frecuencia poseen la nacionalidad de un país europeo y, a veces, están casados con una europea. Hablan con soltura la lengua del Estado en el que viven. Pero, sobre todo, se radicalizan religiosa y políticamente en ese territorio de acogida. Son renacidos, según el modelo protestante estadounidense de los born-again: pocos proceden de una familia piadosa, y su vida es normal (con alcohol y mujeres) hasta que un día, de pronto, se acercan de nuevo a la religión, pero no al islam tradicional de sus padres, sino a formas muy fundamentalistas, como el llamado salafismo. Esta variante es la que atrae hoy a numerosos jóvenes de la segunda generación y a conversos. La presencia de estos últimos en las redes de Al Qaeda es un fenómeno muy extendido y minusvalorado por los observadores, porque demuestra que no es Oriente Medio lo que impulsa esta transformación, sino el atractivo del radicalismo religioso.
El acercamiento a la fe y la conversión al islam suelen realizarse dentro de un grupo de amigos, en un barrio generalmente habitado por inmigrantes, un campus universitario o incluso la cárcel. A pesar de lo que se cree, los jóvenes no se vuelven fanáticos en las mezquitas en las que predican los imames extremistas ni tampoco en las madrazas (escuelas religiosas) de Pakistán. Primero, se radicalizan y luego buscan un sitio en el que encontrar a personas que compartan sus ideas. En una palabra, la radicalización religiosa va unida a la búsqueda de la acción violenta, y el primer paso es la radicalización política.
Esta realidad contradice la visión habitual en Europa y plantea varios problemas. Aunque el paso al terrorismo sea un fenómeno muy minoritario (varios centenares de posibles terroristas y unos miles de voluntarios que participan en la yihad en todo el mundo), es un síntoma patológico de las mutaciones que experimenta la población musulmana en Europa. Por consiguiente, es preciso examinar las connotaciones políticas de esos cambios.
Profesión de fe: jóvenes musulmanes británicos de origen bangladesí rezan la oración del viernes en el este de Londres en 2005.
El primer problema es la falta de análisis pertinentes en Europa. Sigue viéndose el extremismo islámico como consecuencia de la importación de las culturas y los conflictos de Oriente Medio. Hasta tal punto que no existen respuestas apropiadas ni en el plano social y cultural ni en el de la seguridad. Se piensa en función de la diáspora y el multiculturalismo, pero ése es un punto de vista anticuado. Por ejemplo, en cuestión de seguridad, las autoridades consideran que hay redes nacionales, es decir, militantes vinculados a sus países de origen, que actúan en Europa de acuerdo con determinadas estrategias políticas. En Francia, a principios de los 90, se hablaba de la “trama argelina”; en los últimos tiempos, en España, se menciona la “trama marroquí”, y en el Reino Unido, la “trama paquistaní”. Sin embargo, si se examina la situación con detalle, se ve que los militantes tienen las mismas características y no actúan en función de objetivos marroquíes, paquistaníes ni argelinos. El responsable de los atentados de Madrid, el marroquí Yunis Mohamed Ibrahim Al-Hayari, murió el 3 de julio de 2005 en Riad mientras luchaba junto a grupos radicales saudíes (incluso se dijo que era el jefe de la rama local de Al Qaeda). Si hay más marroquíes implicados en España y más paquistaníes en el Reino Unido es, sencillamente, por el distinto origen de la inmigración en cada uno de esos países, no por una estrategia específica. Por otro lado, Al Qaeda no es una organización centralizada, estructurada y dirigida desde Pakistán: algunos grupos que actúan en su nombre son, en realidad, franquicias que utilizan el concepto y la marca, pero que se han radicalizado y organizado de forma local en Europa u otros lugares. El papel de Internet en la movilización y organización demuestra que nos encontramos ya ante un fenómeno de alcance desterritorializado, no de ámbito regional.
CRISIS DE IDENTIDAD
También se menciona el papel teórico de los conflictos en Irak, Afganistán o Palestina, pero ninguno de los terroristas es iraquí, afgano ni palestino de origen. ¿Qué pensar, por ejemplo, de los autores del atentado fallido del 22 de julio en Londres, entre los que había un etíope que se hacía pasar por somalí? El discurso contra la guerra da a Al Qaeda la capacidad de legitimar sus acciones. Mohamed Buyeri, el asesino de Theo Van Gogh en Holanda, no ha mencionado prácticamente nunca a Oriente Medio como justificación de sus actos, sino que insiste en hablar de blasfemias y la defensa del islam en general, en un entorno occidental que considera hostil porque la religión ha perdido su arraigo social y su presencia cultural y, por tanto, parece frágil y amenazada: la violencia –que no es la expresión de una identidad de origen– nace precisamente de una crisis de dicha identidad. Además, en casi todas las redes de Al Qaeda hay conversos (como Germaine Lindsay, en Londres) sin ningún lazo identitario asociado a Oriente Medio y que adoptan las causas de liberación nacional (Irak, Palestina) de la misma forma que lo hacía la extrema izquierda europea con Vietnam en los 60 y 70: una lucha por “la defensa de los pueblos oprimidos”, “contra el imperialismo” y por “la revolución”, pero carente de una estrategia concreta. Hoy se hace la yihad por la yihad, como en otro tiempo se hizo la revolución por la revolución.
Son ‘renacidos’, según el modelo protestante estadounidense de los ‘born-again’: llevan una vida ‘normal’ y pocos proceden de familia piadosa
Por último, el islam que reivindican los radicales, el salafismo, se opone de forma explícita a todas las culturas nacionales, incluidas las musulmanas, y defiende un credo depurado de toda influencia cultural y particularismo local. De ahí su posible atractivo entre jóvenes culturalmente desarraigados, como los musulmanes europeos de segunda generación. Efectivamente, el salafismo presenta ese desarraigo, no como una pérdida, sino como la oportunidad de reencontrar un islam puro, universal y verdaderamente internacionalista. Por contra, basta destacar que la población turca en Europa, que mantiene lazos muy estrechos con Ankara (por el uso de la lengua, la televisión y las asociaciones), no participa en el terrorismo, lo cual demuestra que, cuanto más fuerte sea el vínculo con el lugar de procedencia, menos radical es la religión que se practica.
El problema deriva, pues, de abordar el islam en Europa en términos de diásporas. El radicalismo es una consecuencia patológica (y minoritaria) de la occidentalización, y no la expresión de la importación en Europa de culturas y conflictos procedentes de Oriente Medio. No es el diálogo con las autoridades del país natal de los inmigrantes lo que va a permitir, salvo en casos concretos, intentar hallar soluciones. Igual que el concepto de “diálogo de civilizaciones” no tiene en cuenta que no nos encontramos ante dos civilizaciones diferentes sino ante una crisis de la civilización, una crisis de la relación con la cultura. Cuando una religión, sea cual sea, se reconstruye al margen de la cultura, desemboca forzosamente en formas de radicalismo.
Una consecuencia de este análisis es que el multiculturalismo no tiene razón de ser. La cuestión no es si ha fracasado: de todas formas, sólo tiene sentido si existen culturas bien diferenciadas que permitan crear la base de un vínculo comunitario, y es precisamente ese vínculo lo que se distiende. Los radicales no son la vanguardia violenta de una comunidad islámica en Europa: son marginados. Nunca se han integrado políticamente ni han militado en serio en movimientos políticos, musulmanes o no; en concreto, ninguno ha pasado por los grupos asociados a los Hermanos Musulmanes y, en cambio, muchos han pertenecido brevemente a una organización fundamentalista apolítica, Jamaat ut Tabligh, que propugna –al contrario que aquéllos– una especie de separatismo cultural por el que los musulmanes vivirían aparte del resto de la sociedad occidental. La solución, consistente en llamar a los líderes comunitarios a que se opongan al terrorismo, no sirve de nada, porque es el propio concepto de comunidad social y cultural el que está en crisis.
Velado fracaso: una joven musulmana francesa protesta cerca de la Asamblea Nacional contra la ley del velo en las escuelas en abril de 2004.
En realidad, los únicos que viven verdaderamente la diáspora, es decir, los que viven en función de su país de origen, son los auténticos refugiados políticos (como los Hermanos Musulmanes de Oriente Medio y los miembros del FIS argelino o de la Nahda tunecina), que se rigen por una estrategia que busca el cambio de régimen en los Estados de los que proceden, aceptan la democratización y buscan apoyos en Occidente. El problema no lo causan ellos, sino los desarraigados.
Así pues, hay que abandonar el ángulo del multiculturalismo, no porque produzca efectos negativos (el radicalismo surge independientemente de cuál sea la política oficial, multiculturalista en el Reino Unido o los Países Bajos, asimilacionista en Francia), sino simplemente porque la propia evolución de las sociedades occidentales lo ha superado.
La segunda consecuencia es que la cuestión fundamental no es ya la inmigración (que está ahí), sino la reconstrucción del islam (o, mejor dicho, varios islam) en un contexto de occidentalización y desarraigo cultural. En la práctica, los dos modelos de gestión que han dominado Europa con respecto a la cuestión de la inmigración durante los últimos 30 años están en crisis: el modelo multiculturalista de los países del Norte, porque está basado en la idea de la perennidad de las culturas –cuando lo cierto es que están en situación crítica–, y el modelo francés, porque, hasta hace poco, ha pretendido ignorar la permanencia e incluso el fortalecimiento de la identidad religiosa. Y lo cierto es que la nueva generación se caracteriza por la búsqueda de esa identidad.
Cuanto más crítica es la situación de la cultura, más se reafirma la religión. Es preciso alejarse del concepto de choque de culturas de Huntington, porque parte de la adecuación entre religión y cultura, y eso es lo que ya no funciona. Hay que abordar esta disociación de la cultura y lo religioso y favorecer la aparición de un islam europeo. Ahora bien, aquí nos encontramos con un gran malentendido: para la opinión pública europea, un islam europeo quiere decir un islam liberal, feminista y abierto. Por supuesto que existe, y es el que propugnan algunos pensadores reformistas, pero no es precisamente el que buscan los renacidos ni los conversos. El despliegue del islam en Europa sigue las mismas líneas que el cristianismo, y eso, en este momento, no quiere decir la modernización teológica, sino la reformulación de los preceptos religiosos en función de valores conservadores (la vida, la familia, la moral...). En este sentido, los musulmanes coinciden muchas veces con una Iglesia católica que, sin embargo, rechaza su presencia en nombre de la identidad cristiana de Europa. Entre ellos existen todas las formas de islam posibles –liberal, conservador, reformado–, pero la tendencia dominante es el conservadurismo moderado.
La idea de que el islam europeo sea un islam ‘liberal’ tiene tan poco sentido como decir que el cristianismo europeo es, por definición, liberal
La idea de que el islam europeo sea liberal tiene tan poco sentido como decir que el cristianismo europeo es, por definición, liberal. La rigidez de la Iglesia católica sobre los aspectos del dogma y los valores morales, así como el carácter reaccionario de los movimientos carismáticos protestantes en lo político y lo social, demuestran que el liberalismo no es una característica inalienable de la europeización. En realidad, las autoridades políticas no deben intervenir en el ámbito teológico (eso supondría el fin de la separación entre Iglesia y Estado), sino favorecer la autonomía religiosa del islam europeo respecto a las culturas de los países de origen. Sus contactos deben producirse con las demás religiones presentes en Europa, más que con los países de Oriente Medio.
En vez de negociar con las autoridades egipcias o paquistaníes sobre el papel de las madrazas o la formación de los imames, hay que fomentar la creación de lugares adecuados en Europa. Trabajar para que el islam sea una religión europea no consiste en discutir sobre los dogmas, sino en promover su autonomía y su integración como simple religión (y no como cultura) en una Europa que no sea multicultural, sino sencillamente diversificada.
La inmigración ha producido desarraigados y rebeldes en busca de una causa. Pero también ha fabricado clases medias, intelectuales y profesionales que sólo pretenden poder vivir como musulmanes y europeos: a ellos es a quien hay que dirigirse, más allá de las consideraciones estratégicas y de seguridad, porque encarnan el futuro.
Olivier Roy, uno de los grandes arabistas franceses, analiza el papel de la religión musulmana en la sociedad actual en Islam, terrorismo y orden internacional y en Después del 11-S: islam, antiterrorismo y orden internacional (ambos editados por Bellaterra, Barcelona, 2003). Fitna: Guerra en el corazón del islam (Ed. Paidós, Barcelona, 2004), del otro gran especialista francés, Gilles Kepel, es un relato perspicaz sobre cómo el conflicto de Irak ha destapado la guerra en el seno del islam. Dentro de las filas del islamismo, destaca la figura del polémico Tariq Ramadán, que defiende la existencia de una versión liberal en El islam minoritario: cómo ser musulmán en la Europa laica (Ed. Bellaterra, Barcelona, 2002) y El reformismo musulmán, desde sus orígenes hasta los Hermanos Musulmanes (también en Bellaterra, 2000).
Polémicos, aunque por motivos contrarios, son también los análisis del politólogo italiano Giovanni Sartori, enemigo acérrimo de la inmigración sin límites y del melting pot , en La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros (Taurus, Madrid, 2003), y de su compatriota, la periodista Oriana Fallaci, que, en su cruzada particular, asegura que “la colonización musulmana de Europa” pretende destruir la cultura occidental en La fuerza de la razón (Ed. La Esfera de los Libros, Madrid, 2004).
Cualquier ideología (política o religiosa) llevada al extremo puede llegar a ser el origen de múltiples conflictos.
MUJERES...
Durante 72 horas he vivido la experiencia de ser musulmana en Madrid. Vestida con un tilbab (vestido que llevan las mujeres religiosas por vocación) y la hijab (el velo islámico) recorrí desde las zonas madrileñas con más recursos económicos hasta las más humildes.
Me he sentido temida y muy mal vista hasta por los ojos de algunos de los habitantes de mi barrio. E incluso al llamar para alquilar un piso y advertir que soy musulmana, me han negado el alquiler. Llamé por teléfono a varios anuncios de los diarios. En una de esas ocasiones me gritaron: “¿A vosotros no! ¿Váyase a su país!” Mi respuesta fue clara e inmediata: “Soy española y lo único que nos diferencia es que he abrazado el Islam, el Corán...”. Ante mis palabras, la mujer, disgustada y exaltada, contestó: “¿Que el piso te lo alquile el Corán!”. Un piso situado en Plaza España, dos dormitorios, baño, 70 metros cuadrados y, de renta, mil euros.
Más allá del rechazo, también observé miradas de compasión, en las que podía leer, ¿qué duro lo que debes de estar pasando! La tarde del lunes, un tanto soleada y con muy buena temperatura, comencé mi andar como musulmana acompañada por otras dos en coche. Todas con hijab. En los semáforos algunos miraban con desprecio, otros entorpecían el paso, a pesar de que unos pocos mostraban respeto y tal vez comprendían la urgente necesidad de mantener una convivencia pacífica.
NO TENGO NINGUNA DUDA PARA ASEGURAR QUE SER EXTRANJERA, MUSULMANA Y MUJER CONSTITUYEN TRES CARACTERISTICAS QUE DIFICULTAN LA VIDA EN ESPAÑA, mucho más ahora que los extremistas siembran muerte e inseguridad. Las mujeres de la mezquita de Tetuán, en especial la periodista y escritora Nawal Sibai, me explicaron las precauciones que debía tomar, así como los errores en los que no podía incurrir en público: no beber alcohol, no fumar y no comer cerdo. Me enseñaron a ponerme el velo, me ayudaron a vestirme, me invitaron a compartir el rezo y reiteraron la advertencia: “¡Ten mucho cuidado!”.
Cerca de la estación de Atocha una pintada exaltaba el sentimiento de venganza: “¿Moros hijos de puta. 100 x 1!”; así comienza la suma de todos los miedos porque algunas personas sólo ven la espiga sin mirar el trigal. Después de sufrir durante 72 horas como mujer musulmana el peso de los 191 muertos (*), de sentir la responsabilidad de los atentados y del terrorismo, enfrenté mi segundo día sola, pero esta vez decidida a no bajar la mirada y aferrarme a mi fe para soportar el rechazo. Ya la noche anterior dos taxistas no se detuvieron a pesar de estar libres. Tuve que buscar una parada y al subir el chofer me lanzó: “¿Anda la carrera que tengo, nada más y nada menos que con una mora!”.
Mis amigas musulmanas estaban encantadas de que viviera en carne propia su experiencia diaria. Deseaban acompañarme. Sin embargo, preferí sentir este cúmulo de sensaciones y vivencias sola durante 48 horas, para luego terminar esta inolvidable experiencia junto a Zuraia, natural de Ceuta, 32 años y con 4 hijos; Hwaa, de 23, madrileña, ambas casadas con sirios y la más joven del grupo, Suhaila, ceutí, de 16 años.
Mi segundo día, el último martes, comenzó en Plaza de España, una zona habitual por el ir y venir de extranjeros, por lo que el fotógrafo y yo decidimos irnos a Leganés, exactamente a la calle Carmen Martín Gaite esquina Irene Hernández, donde se inmolaron los terroristas. Antes de llegar a la zona acordonada por la Policía, nos separamos. Me acerqué a un grupo de vecinos y me senté en un muro desde el cual observaba los trabajos de desescombro. Poco a poco me fui quedando sola; poco a poco se apartaron de mi lado, poco a poco el vacío se fue haciendo mayor. A su vez, comentaban en voz baja: “No sé cómo se atreve a venir hasta aquí... ¿no le dará miedo de que le hagan algo?”. El ambiente era tenso, las miradas de condena... Una vez más comprendí el miedo tan profundo que siente la comunidad islámica al ser el blanco de la ira popular por la masacre y la brutal explosión. Me marché. Preferí no provocar la paciencia contenida, porque la discriminación se entremezcla.
Mi vida cambió durante 72 horas. El dueño de una de las cafeterías de mi barrio no me trataba igual. “¡Ya es lo último que te faltaba, meterte a musulmana!”.
De Leganés fuimos a Vallecas, a El Pozo del Tío Raimundo. Allí, varias mujeres musulmanas me saludaban o intercambiaban miradas de complicidad. Sin embargo, al acercarme a encender una vela, una señora mayor me espetó: “Mejor ponga la vela en su casa porque usted es como ellos”. Respiré profundo. Comprendí que el peligro se ha infiltrado en el lecho de todos, sin distinción de nacionalidades, y ahora comparte nuestros sueños y vigilias. La miré unos segundos antes de responder: “Perdone señora, ellos son terroristas y estos muertos también son nuestros”.
La comunidad musulmana sabe que por los terribles acontecimientos todos son sospechosos, por ello no se atreven a salir a la calle y prefieren mantenerse en sus casas. Incluso, muchos ya han necesitado asistencia psicológica.
Tras este intercambio de palabras en El Pozo me dirigí a una empresa de trabajo temporal en la avenida de la Albufera, en Vallecas. Me recibe un joven que no oculta su asombro. Con lujo de detalles explico mi urgente necesidad de trabajo. Me entrega una ficha para rellenar, aunque advierte que a pesar de mi preparación como universitaria sólo puede ofrecerme trabajo como “peona”. Insisto en que tengo papeles, que podría trabajar en una oficina, en fin, que buscara otra opción. Al final reconoció que por mi forma de vestir, el velo y los últimos acontecimientos ninguna empresa me contrataría. Sentí un fuerte dolor mezclado con impotencia. “Tiene que entenderlo, es lo que hay... ¿llena la ficha?”... Me marché dándole las gracias y diciéndole que sea lo que Dios quiera...
Otra vez la calle. Un hombre pasa a mi lado y exclama: “¿guarra!”... En un paso de cebra, mientras esperaba la señal verde para los peatones, un hombre escupe a mi lado. Opté por el silencio, a pesar de mi indignación. Todos tenemos las mismas lágrimas frente a la tristeza, aunque los terroristas no tienen en cuenta el valor de la vida. El infierno son los otros, son ellos, los que siembran muerte y dolor. Hwaa es clara: “Se olvidan de que los terroristas no tienen religión, son bestias irracionales y sus acciones son injustas y condenables por todos”.
Entro a una tienda de complementos para mirar los pañuelos. Inmediatamente a mi lado un guardia de seguridad observa cada uno de mis movimientos. Es entonces cuando decido irme a Lavapiés, donde se cruzan todas las culturas, el miedo ya me sofoca. Confieso que allí me sentía como en casa, aunque una amiga, que frecuenta este barrio de Madrid, me comentó que está “con la sensación de vivir una pesadilla con los ojos abiertos”.
Madrid es hoy una ciudad distinta, la capital española está blindada. Por el solo hecho de vestir como musulmana ya estás bajo sospecha, a pesar de que en ningún momento me pidieron identificación. “Tal vez por los rasgos de tu cara o porque eres mujer y vas sola, pero a los hombres musulmanes, sobre todo marroquíes, les piden la documentación a diario”, explica Zuraia.
En Lavapiés se siente la presión por la fuerte presencia policial. Otra vez saludos en árabe, miradas de simpatía... En la plaza me siento en un banco al lado de un vecino madrileño con quien intercambio el típico comentario del tiempo. Al confirmarle que no vivía en la zona me dice: “Tenga cuidado. El otro día, desde un coche, le gritaron a un joven, de aspecto árabe, terrorista”. Intercambiamos palabras sobre la bondad y la maldad de la humanidad y del uso que hacen los políticos del lado más oculto y terrible de las personas. “Todo esto es muy complicado. Mis años, que son muchos, me dicen que aquí hay mucha tela, pero mucha... Hay animales carroñeros, pero también políticos y ustedes lo saben y lo sufren”.
Comienza a caer la tarde. Este anciano aplaca mi impotencia con su humildad y solidaridad. Tras esta maravillosa sensación de vida me traslado a otro Madrid, la calle de Alcalá hasta llegar a El Retiro, donde me siento en una terraza y pido una botella de agua. Tropiezo otra vez con las miradas de desconfianza, los comentarios en voz baja, pero me abrazaba a la memoria del encuentro con el anciano...
Llega la noche con su oscuridad. El fotógrafo sin su equipo, para no llamar la atención de algún “skin”, está atento. Anduvimos por varias calles hasta entrar en una cafetería tristemente célebre por haberse planeado una intentona golpista. Apenas había clientes. Parecía que las bebidas que pedimos para calmar nuestra sed servirían también para relajar los ánimos. Pero no. El camarero nos atiende con desgana, demora y desprecio. Mientras esperábamos, tres hombres se sentaron cerca de nosotros y al verme uno de ellos exclama: “¿Mira, la mora esta aquí!”.
No pude resistir. Tras beberme un té con leche, cuando nos disponíamos a salir me acerqué: “Por favor, no somos responsables de lo que ocurre, busquemos la convivencia”. Su respuesta, repleta de soberbia y desprecio, no era nada conciliadora: “No tengo nada que hablar con usted”. Entretanto, uno de esos amigos, con la cabeza totalmente rapada, se levanta de su silla en actitud amenazante. En las afueras de la cafetería esperaba un taxi y con la comprensión del taxista pude fumarme un cigarrillo para calmar mi rabia y el cansancio emocional que sentía. Quedaban otros recorridos para el día siguiente, mejor descansar e intentar olvidar lo que se puede olvidar.
El miércoles comenzamos temprano. Salgo de casa, caminaba tranquila, pero los ojos de mis vecinos estaban clavados en mí. Iniciamos un recorrido por Madrid en autobús para luego caminar por el centro. Subí al vehículo, que en ese momento estaba casi vacío. Elijo sentarme en un asiento para dos. El autobús avanzaba, todos los asientos se fueron ocupando, a excepción del que estaba a mi lado. Ya en la parada de Cibeles una joven, sin el más mínimo temor, se sentó a mi lado. Bajamos del bus muy cerca del Congreso de los Diputados, donde también se observa una fuerte vigilancia policial.
Ya había hablado con mis amigas musulmanas para bajar al Metro y recorrer varias estaciones. Al caminar por Gran Vía hacia la Puerta del Sol volvieron los ojos de reproche y desprecio, pero ahora mantenía la mirada con fuerza, con dignidad, sin ninguna vergüenza por mi vestuario, por mi aspecto, por lo que representaba. Se da la circunstancia de que al mantener mis ojos firmes, preferían evitarlos y miraban hacia el suelo.
Llegamos a la cafetería donde habíamos quedado. Entraban y salían turistas, trabajadores, en fin, el ir y venir que caracteriza la Puerta del Sol. Todo parecía tranquilo hasta que dos jóvenes dicen: “¿Mira con lo que hemos topado, con una mora de mierda!”. Silencio desde nuestra mesa, no vale la pena responder...
Por fin llegan Zuraia, Hwaa y Suhaila, venían de Lavapiés, donde habían comprado unos pañuelos y un vestido para una boda musulmana. Entre refresco y refresco, sus inquietudes por saber lo que había vivido en esos dos días. La conclusión estaba clara, la convivencia pende de un hilo muy fino que entre todos debemos sostener. Insisten en que es necesario “llamar a la serenidad para que no prenda a nivel popular una identificación total entre terrorismo integrista y religión musulmana”. Saben también “que no estamos vacunados contra la aparición de demagogias xenofobas cargadas del oportunismo de algunos grupos extremistas”.
Entramos al Metro en Sol para ir hasta la estación de Atocha a rendir nuestro homenaje a las víctimas. Otra vez miradas discriminatorias, otra vez vacío de asientos, otra vez el recelo. Cuatro mujeres con velo, cuatro mujeres musulmanas que encendíamos las desconfianzas. Los ojos se clavan en nosotras como clavos ardiendo, de arriba abajo, de abajo arriba, desprecio que sube y baja.
Llegamos a la ya mítica estación. Los agentes policiales y otros de civil nos observan. Recorremos cada uno de los rincones dedicados al homenaje por las 191 víctimas. Se impone el silencio entre nosotras, sólo el comentario de una señora mayor interrumpe la oración o las peticiones de paz y convivencia. “¿Por qué no se irán a su país?”.
Nuestros rezos, ya sea a Dios o a Alá, coinciden en las intenciones. Algunas personas que también se acercaban a rendir el merecido homenaje nos miraban con simpatía y respeto. La tarde vuelve a desvanecerse. Es la hora del regreso a casa. Antes de marcharme recuerdo aquel anciano al que me acerqué al salir del Parque de El Retiro para preguntarle cuál era la mejor forma para llegar al otro lado del inmenso parque. Aquel señor, cuyo nombre no sé, fue amable, atento, me explicó con todo tipo de detalles las diversas entradas y salidas de El Retiro.
Agradecí mil veces sus atenciones, sus palabras, su tiempo dedicado a mí... Al despedirnos con un hermoso “hasta pronto”, aquel señor, con su pelo completamente blanco, añadió, “cuídese señora”, a lo que respondí: “Todos queremos vivir sin miedo”.
Al llegar a la redacción me quité el hijab y el tilbab. Me fumé con ansiedad un cigarrillo y comencé a escribir este reportaje agotada de tanta humillación y desprecio, pero con la esperanza de que la cordura y la prudencia prevalezcan para convivir en PAZ, una PAZ que todos queremos y que todos necesitamos.
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